La quimera es una criatura de la mitología griega. Vive en Asia Menor y escupe fuego, y que como característica principal está compuesta por varias partes de animales distintos.
Se representa como un león con la cabeza de una cabra que sobresale de su espalda y una cola que termina en cabeza de serpiente.
Era hija de Tifón y Equidna y hermana de Cerbero y La Hidra de Lerna entre otros monstruos.
El término “quimera” se ha convertido en una palabra para describir cualquier cosa compuesta por partes muy dispares o percibida como tremendamente imaginativa, inverosímil o deslumbrante.
Según Homero, la Quimera, fue criada por Araisodarus y era una pesadilla para muchos hombres.
En la Ilíada se cuenta que el rey de Licia ordenó al héroe Belerofonte que matara a la Quimera, con la esperanza de que el monstruo lo matara, pero el héroe confiando en los signos de los dioses logró matar a la quimera volando a lomos de Pegaso, el hijo de la desgraciada Medusa y de Poseidón.
En el arte medieval, las figuras de las quimeras aparecen como encarnaciones de fuerzas engañosas, incluido satánicas, de la naturaleza.Compuestas por un rostro humano y cola escamosa más parecidos a la Mantícora de Plinio el Viejo. Las quimeras simbolizaron la hipocresía y el fraude hasta bien entrado el siglo XVII.
Explicaciones al mito de la Qimera
Plinio el viejo citó a Ctesias, que citó a Focio y este identifica a la Quimera con un área de respiraderos de gas permanentes que aún se pueden encontrar en el Camino Licio en el suroeste de Turquía. El área contiene unas dos docenas de respiraderos en el suelo en la ladera sobre el templo de Hefesto. Los respiraderos emiten metano ardiente que se cree que puede ser el origen metafórico de la Quimera.
Sea como fuere, y aun cabiendo la posibilidad de que esta fiera fuese un mero protector apotropaico, lo cierto es que su excitación por el combate, la cólera que irradian sus facciones, la tensión de sus garras y la ágil curva de su lomo la sitúan entre las mejores esculturas animalísticas de toda la historia del arte.
El artista, desconocedor de los verdaderos leones, renunció a copiar modelos escultóricos y, según se ha repetido, acudió al expediente de inspirarse en las fauces de un perro irritado. Sin embargo, el gran problema que supone el origen de esta estatua sigue aún sin resolverse.
Quienes ven en ella -y es lo más común- una magnífica obra etrusca de hacia 360 a. C., aducen como prueba contundente la yuxtaposición de una anatomía realista, nerviosa y fluida, propia del clasicismo tardío, y de unas melenas esquemáticas y rígidas, con mechones idénticos y repetidos: ahí habría que ver el signo del artista etrusco, que anda escaso de modelos nuevos y acude, cuando lo necesita, a sus repetidísimos recuerdos del arcaísmo. Por desgracia, sin embargo, esta yuxtaposición de estilos no es un signo inconfundiblemente etrusco: como es bien sabido, la plástica griega del sur de Italia ofrece este mismo tipo de soluciones. Sigue por tanto abierto el problema, y en él se juega el arte etrusco una de sus obras maestras.
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