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LOS HECATÓNQUIROS: BRIAREO, COTO Y GIGES


 Los Hecatónquiros, Hecatonquiros o Hecatónqueros (en griego, Ἑκατόγχειρες Hekatónkheires o Ἑκατόνταχειρας Hekatóntakheiras: de cien manos), eran unos gigantes con cien brazos y cincuenta cabezas.

Hijos de Urano y Gea, los dioses primigenios. Eran hermanos de los tres Cíclopes, y también de los doce Titanes. Sin embargo, poco después de nacer, Urano vio el poder y la fuerza de sus propios hijos, y temiendo que pudieran ser una amenaza para su posición como deidad suprema, decidió encarcelarlos en el Tártaro, el pozo infernal de la tierra, la prisión más famosa de la mitología griega.

Gea dolida por lo que Urano les hizo a sus hijos y organizo un complot con los titanes. Siendo Cronos quien al dar muerte a Urano ocupara el cargo de dios supremo.  Pero tampoco estaba más seguro en la posición que su padre, pues tenía tanto miedo de los Hecatónquiros y de los Cíclopes como de Urano; así que no fueron liberados, sino que el Titán añadió un guardia a su prisión en la forma del dragón Campe.

Muchos años más tarde el propio hijo de Cronos, Zeus, se rebeló contra él y gracias a la intervención de Gea, que le dijo que la única manera de vencer a los Titanes era liberar a sus tíos, los Hecatónquiros y a los Cíclopes de su encarcelamiento. Así, descendió a las profundidades del Tártaro, y allí el dios griego encontró y mató a Campe, permitiendo que los Hecatónquiros estuvieran en libertad.


Los Hecatónquiros se unieron a Zeus en la guerra de Titanomaquia, la fuerza de los Hecatónquiros resultó útil, ya que los gigantes podían levantar cada uno 100 rocas de tamaño montañoso. Después de diez años de lucha, la Titanomaquia llegó a su fin, y con la ayuda de los Hecatónquiros, Zeus logro la victoria.

 Por su ayuda en la derrota de los Titanes, los Hecatónquiros fueron recompensados. A los Hecatónquiros también se les dio un nuevo papel en el cosmos, y se convirtieron en los guardias del Tártaro, por lo que los antiguos prisioneros se convertirían en guardias de los Titanes que quedaron encarcelados en el Tártaro.

Los hetacónquiros fueron tres: Briareo, Coto y Giges


Briareo significa  fuerte, es el hecatónquiro de los maremotos y los huracanes. Fue un fiel aliado de Zeus, tanto que el gigante batalló de su lado durante la Guerra de Titanes. Por estos motivos fue recompensado por Zeus y Tetis, quienes le proporcionaron una esposa, Cimopolea, hija de Poseidón y Anfítrite. Es una diosa con el control de todas las tormentas del mar, incluyendo gracias a su padre cierto control de este. Casados, Briareo y Cimopolea vivieron en un palacio en el río Océano. Con esta diosa concibió a dos ninfas, nombradas Oiolica y Etna.

 Las dos primeras menciones importantes hacia Briareo se hacen primeramente,  uno de los reconocidos libros de mitología griega, La Ilíada de Homero, aunque llamado por otro nombre el cual es Egeón y descrito por Homero como hijo de otros padres, Éter y Gea. Se concuerda que sigue siendo una mención a estos gigantes de cien brazos. A pesar de ser una criatura de la mitología griega, es bien conocida de manera ajena a la mitología.

 Aristóteles llega a asegurar que las bien conocidas “Columnas de Hércules” no fueron nombradas así en un principio, sino por la grandeza y contextura de este gigante, fueron nombradas en su honor “Columnas de Briareo”, sin embargo, luego de que Hércules se volviese glorificado por los hombres al haber purificado tierra y mar, el nombre se cambió.

Tal es su fama que en la reconocida novela española El Quijote, de Miguel de Cervantes durante el Capítulo VIII Don Quijote compara a los grandes molinos de viento con Briareo: “Pues, aunque mováis más brazos que los del gigante Briareo, me lo habéis de pagar”.

Además, también hay otra mención de este personaje en el famoso poema de La Divina Comedia de Dante, dando un ejemplo en el canto del Purgatorio el poeta escribe:

“Vi al Briareo con mortal herida,

por el rayo celeste fulminado,

y su gran forma en hielo convertida;

y a Palas y a Timbren, y Marte armado,

ver con Jove los miembros palpitantes

de titanes, en campo ensangrentado”.


  Coto llamado el rencoroso, a l terminar la guerra, se estableció en un palacio en el río Océano. Fue invocado por Tetis para ayudar a Zeus cuando este fue encadenado por Hera, Atenea y Poseidón en un intento de derrocarlo. Es el hetacónquiro de los volcanes y el fuego


Giges era el hecatónquiro de la tierra.  

Lo menciona el filósofo ateniense Platón en el libro II de La república pero guarda vaga relación con el Giges histórico del que habla Heródoto.


 Giges fue un pastor que tras una tormenta y un terremoto encontró, en el fondo de un abismo, un caballo de bronce con un cuerpo sin vida en su interior. Este cuerpo tenía un anillo de oro y el pastor decidió quedarse con él. Lo que no sabía Giges es que era un anillo mágico, que cuando le daba la vuelta, le volvía invisible. En cuanto hubo comprobado estas propiedades del anillo, Giges lo usó para seducir a la reina y, con ayuda de ella, matar al rey, para apoderarse de su reino.

Glaucón (hermano de Platón) hace referencia a esta leyenda para ejemplificar su teoría de que todas las personas por naturaleza son injustas. Sólo son justas por miedo al castigo de la ley o por obtener algún beneficio por ese buen comportamiento. Si fuéramos "invisibles" a la ley como Giges con el anillo, seríamos injustos por nuestra naturaleza.

Este mito ha tenido gran influencia en la filosofía, ya que da a entender que el ser humano hace el bien hasta que puede hacer el mal cuando «se hace invisible», y puede acceder a cosas que no son suyas, con lo que llevado por esas circunstancias la persona se corrompe irremediablemente. Según este supuesto, la persona no sería libre.

"Dicen que era un pastor que estaba al servicio del entonces rey de Lidia. Sobrevino una vez un gran temporal y terremoto; abrióse la tierra y apareció una grieta en el mismo lugar en que él apacentaba. Asombrado ante el espectáculo, descendió por la hendidura y vio allí, entre otras muchas maravillas que la fábula relata, un caballo de bronce, hueco, con portañuelas, por una de las cuales se agachó a mirar y vio que dentro había un cadáver, de talla al parecer más que humana, que no llevaba sobre sí más que una sortija de oro en la mano; quitósela el pastor y salióse. Cuando, según costumbre, se reunieron los pastores con el fin de informar al rey, como todos los meses, acerca de los ganados, acudió también él con su sortija en el dedo. Estando, pues, sentado entre los demás, dio la casualidad de que volviera la sortija, dejando el engaste de cara a la palma de la mano; a inmediatamente cesaron de verle quienes le rodeaban y con gran sorpresa suya, comenzaron a hablar de él como de una persona ausente. Tocó nuevamente el anillo, volvió hacia fuera el engaste y una vez vuelto tornó a ser visible. Al darse cuenta de ello, repitió el intento para comprobar si efectivamente tenía la joya aquel poder, y otra vez ocurrió lo mismo: al volver hacia dentro el engaste, desaparecía su dueño, y cuando lo volvía hacia fuera, le veían de nuevo. Hecha ya esta observación, procuró al punto formar parte de los enviados que habían de informar al rey; llegó a Palacio, sedujo a su esposa, atacó y mató con su ayuda al soberano y se apoderó del reino.

Platón: La república, II, 359a - 360b.

Con esta historia, Glaucón concluye que: «nadie es justo de grado, sino por fuerza y hallándose persuadido de que la justicia no es buena para él personalmente; puesto que, en cuanto uno cree que va a poder cometer una injusticia, la comete. Y esto porque todo hombre cree que resulta mucho más ventajosa personalmente la injusticia que la justicia».1​ Platón contraargumenta este mito con su intelectualismo moral, donde “es peor cometer una injusticia que padecerla”, pues la injusticia destruye el alma:


La práctica de la justicia es en sí misma lo mejor para el alma considerada en su esencia, y que ésta ha de obrar justamente tenga o no tenga el anillo de Giges y aunque a este anillo se agregue el casco de Hades.

Platón: La república, II, 612b.

Finalmente, Platón acaba la obra contraargumentando este mito con el Mito de Er, donde el injusto al final de su vida es desdichado y rechazado por todos, recibiendo castigos divinos.


"A los hombres desenvueltos e injustos, ¿no les pasa como a los corredores que corren bien a la salida y mal al final? [...] aunque se encubran durante su juventud, son atrapados al final de su carrera, hacen con ello dignos de risa y, al llegar a viejos, son desdiadadamente vejados por forasteros y conciudadanos, reciben azotes y al final sufren, dalo por dicho, todas aquellas cosas que tú (Glaucón) tenias con razón por tan duras".



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