Para los antiguos griegos, tras la muerte, el alma pasaba la eternidad en el oscuro reino gobernado por Hades, el terrible dios infernal. Para llegar hasta aquel espantoso mundo, el espíritu del difunto debía pagar al barquero Caronte para que lo transportase en su barca hasta las puertas del reino de Hades, que estaban custodiadas por un monstruo cuya visión causaba auténtico pavor: Cerbero, el fiero perro con tres cabezas
En el mito de Eros y Psique, vemos a la joven Psique en pie a orillas del Estigia, uno de los ríos infernales que separaba el mundo de los vivos del reino de los muertos, gobernado por el dios Hades, hermano de Zeus, y por su esposa, la bella e imperturbable Perséfone. Psique debía superar una prueba que le había impuesto la diosa Afrodita y así tal vez podría recuperar el amor de Eros, hijo de la vengativa diosa. Perdida en sus pensamientos, Psique observó la llegada de la barca para cruzar al otro lado, gobernada por Caronte, el temible barquero de ultratumba. La joven pagó un óbolo, como era preceptivo, y Caronte la condujo hasta las puertas del inframundo
Tras desembarcar, Psique se encontró cara a cara con el guardián, un perro monstruoso con tres cabezas y cola de serpiente, encadenado a la puerta, llamado Cerbero. La misión principal de este ser fantástico era impedir que los vivos entraran en el reino de Hades y que los muertos pudieran salir. En cuanto vio a la joven, el monstruo se volvió loco y empezó a ladrar ferozmente, con una potencia que retumbaba en todo el inframundo. La asustada Psique hizo algo que le habían recomendado: ofreció a Cerbero un pastel de cebada con miel para lograr aplacarlo. Como así fue. El perro tricéfalo devoró ávidamente el manjar y dejó pasar a la joven sin más inconvenientes.
Pero ¿quién era y de dónde había salido aquel terrorífico can, que finalmente no parecía tan difícil de contentar?
El espantoso Cerbero tenía tres cabezas, llamadas Veltesta (cabeza izquierda), Tretesta (cabeza central) y Drittesta (cabeza derecha). Pero había quien creía que tenía más. Según el poeta Píndaro tenía nada más y nada menos que 100 cabezas, y Hesíodo afirmaba que en realidad tenía 150 cabezas Además, sus ojos resplandecían con un rojo intenso que despertaba un miedo insondable en cualquiera que se atreviese a sostenerle la mirada. A ello se añadía su mordedura, que era letal puesto que sus colmillos destilaban un potente veneno.
Como podemos comprobar, el perro que vigilaba las puertas del inframundo causaba auténtico pánico y cumplía perfectamente su cometido. Aunque no siempre su trabajo era tan fácil y plácido como pueda parecer. De hecho, hubo algunos personajes, como la joven Psique, y también curtidos héroes, que se enfrentaron a su poderío. Tal vez uno de los ejemplos más conocidos sea el del héroe griego Heracles. Para cumplir su doceavo y último trabajo, el rey Euristeo le encargó capturar a Cerbero y traerlo con vida a la corte de Argos. Una tarea prácticamente imposible. Sin embargo, ni corto ni perezoso el héroe, tras iniciarse en los misterios de Eleusis, se dirigió al reino de Hades para cumplir su misión.
El perro que vigilaba las puertas del inframundo causaba auténtico pánico y cumplía perfectamente su cometido.
En realidad, existen diversas versiones sobre cómo Heracles logró culminar con éxito su peligrosa misión. Para llevarla a cabo, el héroe contó con la ayuda de dos guías de excepción: la diosa Atenea y Hermes, el dios psicopompo que guía las almas al inframundo. En una de estas versiones se dice que para llevarse al mundo de los vivos al temible can, el héroe pidió permiso al mismísimo Hades, y que, sorprendentemente, este accedió, pero con la condición de que no hiciera daño al animal y lo devolviera sano y salvo después. Incluso otra cuenta que el héroe convenció al propio Cerbero de que le acompañase con muy buenas maneras, y que el monstruo decidió obedecer con docilidad.
Aunque existen algunas versiones que afirman que para capturar a Cerbero Heracles tuvo que hacer uso de la violencia. El héroe incluso disparó una flecha al dios infernal y luego, haciendo uso de su descomunal fuerza, se llevó al animal a rastras hasta la corte de Euristeo, que, aterrado, le pidió que se llevase a aquel monstruo de su presencia.
Pero no fue Heracles el único capaz de vencer a Cerbero.
Orfeo, famoso por la belleza de su música, amansó al "sabueso de Hades" tañendo su lira. Así pudo penetrar en el inframundo y suplicar a los dioses infernales que le dejasen llevarse a su amada Eurídice (aunque la historia no tuvo un final feliz). Asimismo, en otra ocasión el dios Hermes logró dormirlo usando el agua del Lete, el río del olvido, otro de los ríos infernales.
También los romanos tuvieron presente al can Cerbero. En la Eneida, la obra épica escrita por el poeta Virgilio, Eneas viajó al reino de Hades para hablar con el alma de su padre Anquises. Para lograrlo, el héroe adormeció al fiero guardián con su manjar favorito: tortas de cebada y miel con un ingrediente secreto: la adormidera.
En una ocasión, el dios Hermes logró dormir a Cerbero usando el agua del Lete, el río del olvido.
Dante Alighieri, el gran poeta florentino del siglo XIII, lo menciona en su Divina Comedia, concretamente en el Canto VI del Infierno (en el tercer círculo, donde penan los glotones), y lo define como una "fiera cruel y aviesa". En ese terrible lugar, según el poeta, "Cerbero ladra con tres gargantas. Ni un momento cesan lluvia y aullidos en tormento continuo. Hiede la tierra, vertedero, lodazal, agua sucia, sumidero de dolor, soledad y desaliento". A continuación, Dante muestra la manera de aquietar a tan terrible monstruo: "Mi guía [el poeta Virgilio] tomó tierra y a puñados, se la arrojó a sus fauces. Cual se aquieta el perro ante el festín y solo atiende al mísero quehacer de sus bocados, así la fiera se quedó sujeta a su ansia, lodo que hacia el lodo tiende".
Bajar al reino de Hades no era fácil. Debían localizarse las puertas que allí conducían y tener el arrojo suficiente para atravesarlas. Así que ¿dónde estaban las famosas puertas del inframundo?
Tanto griegos como romanos situaron la entrada al inframundo en diversos lugares. Uno de los más destacados se situaba en Cumas, en los Campos Flégreos, al sur de Italia. Se trata del lago Averno, que tiene tres kilómetros de circunferencia y ocupa el cráter de un volcán extinto. Otro de los lugares donde se creía que podía abrirse una de estas puertas era la ciudad de Hierápolis, la actual Pamukkale, en Turquía. Una cueva de esta ciudad de Asia Menor recibió el nombre de Plutonio (por Plutón, el nombre romano del dios infernal), un lugar que el geógrafo griego Estrabón definió como la "puerta de acceso al inframundo".
Según Estrabón, una cueva en Hierápolis, llamada Plutonio, era la puerta de acceso al Inframundo.
Los arqueólogos han buscado desde hace décadas el Plutonio de Hierápolis.
Fue en 2012 cuando un equipo de arqueólogos italianos dirigidos por Francesco d'Adria descubrió una gruta en cuyas inmediaciones yacían cientos de aves que habían muerto a causa de los gases tóxicos que emanaban del lugar. Un año después, el mismo equipo descubrió allí una una estatua de Cerbero de 1,5 metros de altura. La presencia de esta escultura confirma que por lo menos los antiguos habitantes de Hierápolis estaban convencidos de que a través de aquella cavidad podía viajarse al reino de Hades, custodiado por aquel pavoroso perro con tres cabezas.
Los cinco ríos: Estige, Aqueronte, Flegetonte, Cocito y Leteo
Las múltiples descripciones del Hades por autores antiguos y modernos permiten representar el desolador paisaje del infierno de los griegos, repleto de lugares horrendos. Tras entrar por cualquiera de las bocas del infierno existentes, el difunto se dirigía a la orilla del Estige, el río que rodea el inframundo y que cruzaba a bordo de la barca de Caronte.
En la otra ribera el alma se encontraba con el guardián Cerbero y con los tres jueces del inframundo. Los autores explican que en su penar por el Hades las almas encuentran tres ríos de infausto recuerdo: el Aqueronte o río de la aflicción, el Flegetonte o río ardiente y el Cocito, el río de los lamentos.
También separan nuestro mundo del Más Allá otros lugares prodigiosos, como las aguas del Leteo, el río del Olvido, que John Milton describe en su Paraíso perdido.
Las almas de los justos van a parar a lugares felices como los Campos Elíseos o las Islas de los Bienaventurados. Los iniciados en los misterios, que a veces se hacían enterrar con instrucciones para emprender su viaje, se aseguraban la llegada sin problemas a los Campos Elíseos invocando el poderoso nombre de Deméter, Orfeo o Dioniso. Por último estaba el Tártaro, lugar de tormento eterno donde iban a parar los condenados.
Era costumbre colocar en la boca del difunto una moneda para pagar el viaje a Caronte. Si el alma no disponía de moneda, se veía obligada a vagar durante cien años por las orillas del Estige hasta que el barquero accedía a llevarla gratis.
En las tumbas, sobre todo las femeninas, se acostumbraba a disponer como ofrenda un tipo de cerámica característico, el lécito, de color blanco y decorado con escenas apenas esbozadas.
En los entierros, las mujeres iban detrás del cortejo y sólo podían acudir si tenían más de 60 años, a no ser que fueran familiares próximas. En cambio, para los ritos fúnebres se contrataban flautistas, cantantes, plañideras y danzante
Los tres grandes jueces del inframundo: Minos, Radamantis y Éaco, entronizados y dispuestos a juzgar a la miríada de almas que se agolpan temerosas y desesperadas a sus pies.
En un templo dedicado a los dioses egipcios Isis y Serapis, en Gortina, en la isla de Creta, se descubrieron estas estatuas que dan fe del sincretismo religioso imperante en el mundo antiguo. Perséfone, la reina de los infiernos, porta elementos típicos de la diosa Isis, como el sistro y el creciente lunar en la frente, y el dios Hades porta un kálathos, un tocado característico de Serapis, dios grecoegipcio.
Tras obtener el perdón de Zeus por matar al rey Deyoneo, su suegro, Ixión, rey de los lapitas, intentó seducir a Hera, esposa de Zeus. Furioso, el dios lo castigó atándolo a una rueda ardiente que giraba sin cesar y lo precipitó al Tártaro, junto con los grandes criminales.
Sisifo fue condenado por engañar al mismísimo dios infernal a empujar una enorme roca hasta lo alto de una colina, para luego verla caer y volver a empezar de nuevo.
En la Odisea, Homero relata cómo Odiseo acude a las puertas del reino de Hades para consultar al espíritu del adivino Tiresias sobre los peligros que le esperan durante su vuelta a Ítaca. Este relieve muestra al héroe ofreciendo la sangre del sacrificio a la sombra de Tiresias, que acude presta a beber antes de poder contestar las preguntas del héroe. Museo del Louvre, París.
La visión que tenían los griegos del Más Allá cambió con el tiempo. Al principio, el inframundo o Hades –como se le llamaba por el dios que lo gobernaba– parecía un lugar poco deseable, como cuenta a Odiseo (el Ulises romano) la sombra del héroe Aquiles en un episodio de la Odisea de Homero; Aquiles manifiesta su deseo de volver a la tierra como sea, incluso como un simple jornalero. Sin embargo, al menos desde el siglo VI a.C. se empezó a ver el Más Allá desde una perspectiva ética, con una división de los muertos entre justos e injustos a los que corresponden premios o castigos según su comportamiento en vida. Así, se creía que los justos se dirigían a un lugar placentero en el Hades, los Campos Elíseos, o a las Islas de los Bienaventurados, el reino idílico del viejo Crono, convertido en soberano de ese Más Allá. Seguramente esta nueva concepción del inframundo obedecía al desarrollo de la idea de la inmortalidad del alma, e incluso a la introducción del concepto de reencarnación por parte de algunas sectas religiosas y filosóficas.
El deseo de conocer cómo era el Más Allá para encajar nuestra alma mejor en él propició el desarrollo de uno de los motivos más fascinantes de la cultura griega: el descenso a los infiernos o katábasis. La literatura griega posee numerosos relatos sobre héroes míticos o épicos, así como filósofos o figuras chamánicas, que descendían al reino de Hades para cumplir una misión, obtener conocimiento religioso o, simplemente, probar la experiencia mística de morir antes de la muerte física para conseguir un saber privilegiado. Una de las historias más famosas es la del cantor Orfeo, figura mítica que se convertiría en patrón de una secta mistérica de gran predicamento, que garantizaba a sus iniciados una vida más feliz después de la muerte. Otros héroes viajeros, como Odiseo y Eneas, o figuras divinas como Dioniso y Hefesto, coinciden en la peripecia de ida y vuelta al inframundo.
Hubo asimismo figuras semilegendarias a las que se atribuyó un especial conocimiento del Más Allá gracias al vuelo del alma o démon para visitar esas regiones antes de su hora postrera. Un ejemplo es Abaris, un mítico sacerdote de Apolo Hiperbóreo que, según la leyenda, viajaba sobre una flecha de oro voladora y era amigo de Pitágoras. O Zalmoxis, un chamán tracio del que se cuentan extrañas noticias sobre un descenso subterráneo para mostrar que era capaz de morir y renacer. Otro caso es el del viajero y poeta Aristeas de Proconeso, del que se contaba que cayó muerto en un batán y luego fue visto en distintos lugares. Decía de sí mismo que había acompañado a Apolo en un viaje espiritual transformado en cuervo. También el filósofo Pitágoras realizó varios descensos al otro mundo a través de grutas.
Tan enraizada estaba durante la Antigüedad la creencia en el inframundo, que existían numerosas tradiciones que situaban la entrada al infierno en puntos geográficos concretos. Podía tratarse de lagunas, pues el agua era el elemento conductor por excelencia, como el lago del Averno, cerca de Nápoles, que ocupa el cráter de un volcán extinto y cuyos gases tóxicos acababan con la vida de las aves que intentaban anidar en sus proximidades.
También podía tratarse de grietas en el suelo, como la que se abría bajo el Plutonio o Puerta de Plutón en Hierápolis (actual Turquía), o una fisura en Sicilia, en la antigua Ena, por donde se decía que Hades salió del inframundo para raptar a Perséfone.
Algunas grutas o cuevas que también se han considerado puertas al infierno son la cueva Coricia, en una ladera del monte Parnaso, cerca del santuario del dios Apolo en Delfos, o las cuevas del cabo Ténaro en Grecia. La boca al infierno por excelencia en Occidente se identificó con la cueva de la Sibila en Cumas, cerca del lago Averno, lugar donde vivían estas mujeres que podían profetizar el futuro. En la Eneida de Virgilio, el príncipe troyano Eneas, guiado por la Sibilia de Cumas, entra en la cueva para acceder al reino de Hades.
Estas grutas de paso al Más Allá se encontraban a menudo junto a importantes oráculos: el de Éfira, donde una tradición afirma que Ulises bajó al inframundo por indicación de la maga Circe para consultar el espíritu del adivino Tiresias; el antiguo oráculo de la diosa Gea (la Tierra) en Olimpia, bajo el cual se abría una grieta en el suelo, según Pausanias; el oráculo de Apolo en Ptoion; el santuario oracular de Trofonio en Lebadea, o el oráculo que había en Heraclea Póntica (en la actual Turquía), míticamente situado en la desembocadura del río Aqueronte, al Oriente. Hoy en día hay allí una gruta llamada Cehennemagzi (en turco, "puerta del infierno").
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